Sin dejar
de ser la libido, con su correspondiente gozosa y descarnada
representación, eje central del discurso fílmico del realizador —de
culto, si alguno hay en Cuba— Jorge Molina, su más reciente cortometraje
Sarima a.k.a Molina´s Borealis II (2014) viene a confirmar el
redimensionamiento y redireccionamiento hacia tonos más delicados y
hasta líricos en los que ha experimentado su obra, desde la aparición de
Molina´s Borealis (2013).
A Leticia León, la nueva actriz fetiche, protagonista de ambas
piezas, le ha tocado encarnar una heroína menos lúbrica, cuya
voluptuosidad sutil resulta definitivamente fresca, gracias a una nítida
sencillez que rehúye cualquier amago de densidad lasciva. Aunque la
cámara no deja de recrearse en cada molécula de su desnudez, con la
acostumbrada intención de quebrar, a fuerza de carnalidad, todo
puritanismo preceptivo, Molina se concentra en mantener el lente a
discreta distancia.
El personaje aparece nimbado de cierta aura de misterio, extrañándola hasta convertirla en un ideal amatorio intangible, inalcanzable, pura fantasía eroto-amatoria, enmarcada en amplios espacios abiertos y luminosos. Todo lo contrario de los ambientes enrarecidos, opresivos y pesadillezcos, abundantes en el "Molinaverso". Una fotografía basada en planos generales, prolongados y contemplativos, que se recrean en el paisaje submarino, insinúan este mundo silencioso como verdadero medio natural y de realización de la misteriosa muchacha, coadyuvando al general espíritu sosegado.
El personaje de la León deviene entonces, a escala metafórica, otra fuerza más de la naturaleza, un espíritu elemental que cobra corporeidad para provocar y enloquecer a los seres humanos con sus encantos. La sirena incógnita desanda temporalmente los senderos de los humanos, para torturar con algo de felicidad pasajera a hombres atormentados, hoscos, anhelantes, como los interpretados por Roberto Perdomo, en la primera entrega, y Raúl Capote, en la segunda.
El Borealis originario desarrolla un romance enmarcado en un contexto de tintes un poco más nocturnales, tan oscuro como la apocalíptica suerte que la humanidad corre, simultánea a la muda pasión sin futuro, emergida entre estos dos seres desbordantes de añoranza. Parecen extraídos de una cinta de Kim Ki-duk, influencia sutil, pero nada infrecuente —tampoco creo que inconsciente— en varias zonas de la obra de Molina.
La muerte aguarda como ineluctable conclusión de esta historia, de la Historia Humana sobre la Tierra. Deviene otro de los principales nexos entre este y su secuela (?), donde irrumpe como detonante de la historia paranormal desarrollada entre Capote, quien se interpreta a sí mismo. De visita en la mítica Gibara durante el Festival de Cine Pobre, junto al propio director —también as himself en la pieza—, es seducido por una incógnita belleza que obnubila sus sentidos.
Vuelve el Capote parco y misantrópico de La Piscina (Carlos M. Quintela, 2011), delatando, con su orgánica contención, conflictos invisibles y desconocidos para los públicos, e interactúa con una Leticia, ahora nombrada Sarima, quien, al oralizar algunos parlamentos, quiebra la mística de su personaje, cuyos ojos abismalmente sugerentes satisfacen de sobra las necesidades expresivas. Delata desafortunadas carencias histriónicas que, a su vez, hacen trastabillar el equilibrio actoral de ...Borealis II, bastante cualificado por René de la Cruz (hijo) en el (decisivo) personaje del degradado pescador Idelfonso, quien armoniza con el protagonista como locuaz contrafigura. A salvo queda de la caricatura donde no raras veces se abocan tales pintorescos caracteres.
Como en su predecesor, Molina no apela al exorcismo audiovisual de los disímiles demonios acantonados en la psiquis humana, aunque la culpa, uno de los peores, está presente en Idelfonso. La climática escena de sexo coquetea con lo explícito, pero igualmente ocurre a cielo abierto, en comunión con las aguas, con el aire, con los espacios naturales prevalecientes en el corto. Aparece el deseo, otra constante molineana, mas coaligado sutilmente con el amor más límpido, trágicamente romántico, como nuevo y saludable acorde que se suma a la sinfonía audiovisual de este creador.
Publicado en IPS
http://www.ipscuba.net/index.php?option=com_k2&view=item&id=10972:molina%C2%B4s
El personaje aparece nimbado de cierta aura de misterio, extrañándola hasta convertirla en un ideal amatorio intangible, inalcanzable, pura fantasía eroto-amatoria, enmarcada en amplios espacios abiertos y luminosos. Todo lo contrario de los ambientes enrarecidos, opresivos y pesadillezcos, abundantes en el "Molinaverso". Una fotografía basada en planos generales, prolongados y contemplativos, que se recrean en el paisaje submarino, insinúan este mundo silencioso como verdadero medio natural y de realización de la misteriosa muchacha, coadyuvando al general espíritu sosegado.
El personaje de la León deviene entonces, a escala metafórica, otra fuerza más de la naturaleza, un espíritu elemental que cobra corporeidad para provocar y enloquecer a los seres humanos con sus encantos. La sirena incógnita desanda temporalmente los senderos de los humanos, para torturar con algo de felicidad pasajera a hombres atormentados, hoscos, anhelantes, como los interpretados por Roberto Perdomo, en la primera entrega, y Raúl Capote, en la segunda.
El Borealis originario desarrolla un romance enmarcado en un contexto de tintes un poco más nocturnales, tan oscuro como la apocalíptica suerte que la humanidad corre, simultánea a la muda pasión sin futuro, emergida entre estos dos seres desbordantes de añoranza. Parecen extraídos de una cinta de Kim Ki-duk, influencia sutil, pero nada infrecuente —tampoco creo que inconsciente— en varias zonas de la obra de Molina.
La muerte aguarda como ineluctable conclusión de esta historia, de la Historia Humana sobre la Tierra. Deviene otro de los principales nexos entre este y su secuela (?), donde irrumpe como detonante de la historia paranormal desarrollada entre Capote, quien se interpreta a sí mismo. De visita en la mítica Gibara durante el Festival de Cine Pobre, junto al propio director —también as himself en la pieza—, es seducido por una incógnita belleza que obnubila sus sentidos.
Vuelve el Capote parco y misantrópico de La Piscina (Carlos M. Quintela, 2011), delatando, con su orgánica contención, conflictos invisibles y desconocidos para los públicos, e interactúa con una Leticia, ahora nombrada Sarima, quien, al oralizar algunos parlamentos, quiebra la mística de su personaje, cuyos ojos abismalmente sugerentes satisfacen de sobra las necesidades expresivas. Delata desafortunadas carencias histriónicas que, a su vez, hacen trastabillar el equilibrio actoral de ...Borealis II, bastante cualificado por René de la Cruz (hijo) en el (decisivo) personaje del degradado pescador Idelfonso, quien armoniza con el protagonista como locuaz contrafigura. A salvo queda de la caricatura donde no raras veces se abocan tales pintorescos caracteres.
Como en su predecesor, Molina no apela al exorcismo audiovisual de los disímiles demonios acantonados en la psiquis humana, aunque la culpa, uno de los peores, está presente en Idelfonso. La climática escena de sexo coquetea con lo explícito, pero igualmente ocurre a cielo abierto, en comunión con las aguas, con el aire, con los espacios naturales prevalecientes en el corto. Aparece el deseo, otra constante molineana, mas coaligado sutilmente con el amor más límpido, trágicamente romántico, como nuevo y saludable acorde que se suma a la sinfonía audiovisual de este creador.
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