jueves, 25 de abril de 2013

UN TEXTO INTERESANTE Y NECESARIO Y OTRAS OPINIONES

Amigos,

ayer, durante el lanzamiento del libro de Alfredo Guevara , Martínez Heredia señaló que los intelectuales cubanos (y cineastas incluyo) están ante la responsabilidad de suplir el vacío de pensamiento y acción que él deja. Y a nosotros, los jóvenes, nos retaba a seguir su huella.
Recordé cómo Alfredo varias veces replicó la falta de conciencia crítica y el ejercicio de la crítica misma en nosotros los jóvenes: la incitación al diálogo, al debate, al desencuentro de ideas mientras sea germinador.

Ahora más que nunca le temo al silencio, al confinamiento individual de pensamiento y acción. Y una prueba tácita y triste fue la ausencia de diálogo después de la intervención de los ilustres intelectuales que presentaron el libro. Nadie pidió la palabra, nadie expresó su opinión, ninguna voz joven salió en representación de la mayoría que estábamos frente al panel. Y lo digo con profunda voluntad de autocrítica. Alfredo no hubiera permitido ese silencio. ¿Pero cuál de los tantos Alfredo? (Porque esa fue una idea muy reveladora que surgió en la presentación del libro). El Alfredo de acción, el Alfredo gestor, el Alfredo elucubrador. Pero no podemos olvidar el Alfredo cineasta, ese Alfredo fundador, maestro, conocedor y amante del poder de la imagen... ese Alfredo que no hubiera permitido que ningún cineasta estuviera del lado de allá del panel. El mismo Alfredo que ideó y dibujó el ICAIC junto a otros fundadores que aún están entre nosotros; el mismo Alfredo que potenció y lanzó el Movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano y el Festival de La Habana a todos las pantallas y mercados del ámbito cinematográfico mundial. Y lo mejor para cumplir con la responsabilidad que nos deja es que su obra, pensamiento y proyectos perduren.

Quisiera ordenar mejor mis ideas pero ante un texto como el de Kiki, tan inspirador y provocador, siento la necesidad de hacerlo circular lo más pronto posible lo que me impulsa a escribir estas frases.

saludos,
Luis Ernesto Doñas

Desde luego que es un texto provocador en el mejor y más revolucionario sentido. Pero no ha sido el único. Al menos desde finales de los 80 hemos leído en el ámbito del cine, llamados a cambiar las cosas. ¡ Hasta se suscribieron manifiestos y declaraciones de cineastas cubanos! Pero esas preocupaciones e ideas vertidas con rigor y justicia sobre el estado de nuestra cinematografía cayeron una y otra vez en saco roto. Cartas, ensayos, libros, blogs, críticas, entrevistas, documentales, filmes, reuniones, congresos y debates han proliferado y sucedido a lo largo de más de 20 años, sin que por tal motivo el cine nacional se haya real y definitivamente recuperado o refundado. Para decirlo de manera rápida y sencilla, nuestro cine, ¿sin prisas pero sin pausas?, fue absorbido por la burocracia, la mediocridad y la falta de decisiones políticas o culturales encaminadas a su recuperación. No fue capaz de marchar a su tiempo y hoy vemos como prácticamente todo el entramado financiero, productivo, artístico e industrial del cine nacional está colapsado. Bien diferente es la situación de por ejemplo toda Latinoamérica cuyas cinematografías han logrado emerger casi desde sus cenizas o de la nada. ¡ Ni que hablar de temas como exhibición, promoción, distribución de nuestros filmes!. Lo peor es que tal descalabro no parece importarle a ninguno de los que toman las decisiones importantes. La pérdida reciente de, primero, Camilo Vives y ahora de Alfredo Guevara supone de manera metafórica la disolución de ese extraordinario proyecto cultural llamado ICAIC. Entonces, ¿qué podemos hacer ahora? ¿ Cuál es el próximo paso?

Saludos,
Gustavo Arcos

Alfredo Guevara en el bosque de 'Rashomon'
ANTONIO JOSÉ PONTE | Madrid | 20 Abr 2013 - 5:16 am. 

Si la realidad resulta tan plural y fragmentaria como en la película de Akira Kurosawa, ¿cómo podría defenderse un partido único?

"Me puedo equivocar y puede haber muchas ópticas, pero esta es la mía", reconoce en el documental Luneta No. 1 (Rebeca Chávez, ICAIC, 2012).

Lleva la chaqueta sobre los hombros en lo que constituyó —más allá de las películas y los carteles producidos bajo su égida— su aporte a la iconografía revolucionaria. No barba, no boina estrellada, no sombrero alón ni uniforme militar: una chaqueta sobre los hombros a la manera de las señoras que empiezan a sentir frío pero por nada del mundo se perderían esta fiesta en la terraza. Entre la machangonería rebelde, lo suyo es el escalofrío.

Está encantado de conocerse, como puede verse en la entrevista. Encantado de que, por muchas ópticas que haya, él pueda conservar la suya. Para hacerla prevalecer.

"Creo que la verdad es", dice y hace una pausa como si a continuación viniese algo oracular, "es como un caleidoscopio. Es realmente… es Rashomon, para hablar en términos de cine. Para unos tiene un valor y para otros tiene otro valor, y tal vez de la suma de todas las ópticas se pueda tener una aproximación y solo una aproximación a la realidad real".

Acompaña esas palabras con sonrisas. Tiene la ternura de un envenenador que hablara de sus antiguos cadáveres y, cuando alude a una película, es para dejar claro que no la ha entendido.

O que no se ha entendido a sí mismo. Porque no hay en Rashomon (la última vez que la vi se me cayó a pedazos, igual que la puerta del templo) ningún personaje capaz de borrar del todo al resto. Por otra parte, si la realidad resulta tan plural y fragmentaria como en la película de Akira Kurosawa, ¿cómo podría defenderse un partido único? No hay entre las historias ocurridas en el bosque japonés ninguna que pueda corresponderle a Alfredo Guevara. Lo suyo —no importa cuánto alardee de sumatorias— es restar a conveniencia, tachar, meter tijera y tumbar por edicto.

Paradójicamente, él mismo se ha encargado de publicar algunas evidencias de su comisaría política. En uno de sus libros —Tiempo de fundación (Iberautor, Madrid, 2003)— puede encontrarse el diálogo que sostuviera en La Habana, en junio de 1979, con algunos intelectuales del exilio (Comunidad Cubana en el Exterior). Alguien pregunta en ese diálogo por la caída en desgracia de Virgilio Piñera, y esta es su respuesta: "Virgilio, como tú sabes, es un anciano. Virgilio Piñera es, en mi caso personal, una de las pérdidas que más siento para la revolución desde el punto de vista literario". Y a continuación ofrece razones para la censura.

Piñera cuenta entonces con 66 años y va a morir cuatro meses más tarde. Traducido del eufemístico, pérdida para la revolución significa ostracismo y vigilancia de la policía secreta.

(Un paréntesis acerca de los libros publicados por Guevara. ¿Cómo se explica que acceda, sin remordimientos ni vergüenza, a exhibir material de tal clase? ¿Por desmesurada idea de sí mismo? ¿Por la honestidad de quien no quiere evitarle a la posteridad sus deslices? ¿Por perfecta convicción de haber obrado del mejor modo posible? ¿Por aplomo doctrinario que le permite ventilar sus trapos sucios? No existe en toda la oratoria del castrismo prosa como la que puede leerse en esas páginas. Ni siquiera Eusebio Leal ha conseguido perpetrar zambumbia parecida.)

En el documental en donde lo entrevistan alcanza a verse un fragmento del discurso de autoinculpación de Heberto Padilla. Durante escasos minutos Padilla habla apasionadamente (con pasión verdadera o fingida) y es posible reconocer a varios de los asistentes. (Nancy Morejón, actual presidenta de la sección de escritores de la UNEAC, bosteza de aburrimiento o de miedo.) Las palabras de Padilla fueron publicadas por entonces, pero hasta donde sé no habían trascendido imágenes, y es de suponer que la filmación íntegra está guardada en una bóveda habanera.

La inclusión de un fragmento de ese material en Luneta No. 1 debió ser cortesía del principal entrevistado. A la hora de la muerte de José Lezama Lima, Alfredo Guevara mandó un camarógrafo al entierro. No asistió él, pero tuvo con el escritor una amabilidad de comisario: metió cámara en su cortejo, llevó el seguimiento policial hasta las últimas consecuencias.

Casi cuatro décadas después, esas imágenes siguen sin hacerse públicas. Las filmaciones del entierro de Lezama y del discurso de Padilla, que podrían considerarse documentos culturales de primer orden, constituyen expedientes secretos todavía. Son un par entre las muchas historias negadas de ese bosque de Rashomon. Forman parte de la pornografía política del régimen. Constituyen, con bastante probabilidad, la obra fílmica atribuible a Alfredo Guevara.



El último 'apparátchik'
MANUEL ZAYAS | Nueva York | 20 Abr 2013 - 10:10 am.

Cercano a Fidel y Raúl Castro desde los años 50 y protagonista de varios casos de censura y represión intelectual, Alfredo Guevara tuvo poder suficiente para decidir qué se filmaba, se exhibía y se producía cinematográficamente en Cuba.

Hace escasos tres meses, Alfredo Guevara declaraba que el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), fundado por él en 1959, era una institución obsoleta. "Yo diseñé la organización, pero digo, 'esto no funciona más'", aseguró a The New York Times. Apenas tres años atrás, el dictador Fidel Castro reconocía que el modelo cubano no funcionaba más: "El modelo cubano ya no funciona ni para nosotros", dijo Castro a The Atlantic.

Esas afirmaciones debieron acompañarse por el desasosiego o por cierto complejo de culpa, pero de ello no hay noticias. En ambos casos, las declaraciones eran hechas a medios de comunicación de Estados Unidos y explicaban el fiasco en la gestión de un instituto de cine y de un país.

Acaba de morir Alfredo Guevara, quien tuvo poder suficiente para decidir qué se filmaba en Cuba, figura controversial toda su vida. Seguidamente a la firma de la ley 169 de creación del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), del 20 de marzo de 1959, Guevara pasó a controlar prácticamente toda la importación, exportación, la exhibición y la producción cinematográficas en el país.

La cercanía con Fidel y Raúl Castro desde los años 50, de quienes había sido mentor al aconsejarles la lectura de Marx y Lenin y llevarlos por el camino del marxismo, fue decisiva para su nombramiento al frente del Instituto. Pero en 1961, viendo que un grupo de muchachos, apoyados por el magacín Lunes de Revolución, habían realizado un cortometraje sobre la noche habanera, confisca la película y se arma uno de los más sonados episodios de censura en el país.

Durante medio siglo, muchos pormenores de la prohibición del cortometraje PM permanecían en una nebulosa, hasta la reciente publicación del libro El caso PM. Cine, poder y censura (Madrid, Colibrí, 2012) que desgrana paso a paso lo que fue sucediendo alrededor de ese filme de la discordia. Con la censura de PM, que dirigieron Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante, Guevara destruía cualquier posibilidad de cine independiente.
Como autoridad central del nuevo organismo, cerró las puertas del Instituto a viejas figuras del cine prerrevolucionario, impidiendo que muchos profesionales pudieran seguir trabajando en el sector. Fue muy conocido su enfrentamiento con Ricardo Vigón, cofundador del Cine Club de La Habana (1948) y de la primera Cinemateca de Cuba (1951), de quien dijo no tenía los conocimientos suficientes para trabajar en la industria cinematográfica. A unos que ya colaboraban en el ICAIC, los expulsó; mientras que otros como Guillermo Cabrera Infante se marchaban por enfrentamientos con Guevara.

En un memorando que le escribió, Tomás Gutiérrez Alea (Titón) le criticaba a Guevara: "No puede haber variedad en nuestras obras si todas se deben ajustar al gusto de una sola persona". El presidente del ICAIC llegó prácticamente a condenar el free cinema y la insolencia de todo aquel que lo cuestionara. Los enfrentamientos con Titón fueron célebres, y de ello da cuenta el libro Volver sobre mis pasos (La Habana, Unión, 2008), preparado por su viuda Mirta Ibarra y que contiene la correspondencia del cineasta.

Durante los momentos más crudos de represión a los homosexuales en las décadas de los 60 y 70, Guevara mantuvo una postura un tanto paradójica: protegió a todos los que estaban bajo su feudo, pero no se atrevió a criticar, ni en público ni en privado, las políticas homófobas y criminales de los dirigentes de la revolución cubana. Sin embargo, apoyó la censura más férrea que sufrió el escritor Virgilio Piñera y envió las cámaras del ICAIC a filmar la autoinculpación del poeta Heberto Padilla, después de su encarcelamiento.

Para que se tenga una noción de hasta donde llegó su cinismo, cito este párrafo en que Guevara habla del dramaturgo censurado: "si nos surgiera ahora un Virgilio Piñera que no tuviera esa historia, que no hubiera participado en Lunes, que no se dedicara a tratar de reclutar a los jóvenes intelectuales envenenándolos en sus relaciones y sus posiciones, o proponiéndoles planteamiento de determinadas posiciones ideológicas, y si no existiera ese pasado, y fuera un nuevo Virgilio Piñera el que naciera ahora, diría que eso sería harina de otro costal".

Alfredo Guevara, en tanto presidente del ICAIC, dio el visto bueno para que se realizaran cuatro documentales de la ignominia durante el éxodo de Mariel (1980), todos bajo la batuta de Santiago Álvarez y Fidel Castro (y menciono ambos nombres porque ya para entonces el último pensaba por el primero), documentales de corte neoestalinista o neofascista si se quiere, que son una auténtica burla contra el pueblo cubano, y la inteligencia humana también.

Su primer mandato en el ICAIC no estuvo exento de polémica: además de la que hubo alrededor de PM (1961), le siguió la que sostuvo con el dirigente Blas Roca desde el periódico comunista Hoy (1963) a propósito de lo que se consideró como una exhibición de películas decadentes —La dolce vita, entre ellas— que Guevara defendía; y la última a raíz de la producción del filme Cecilia, que dirigió Humberto Solás en 1982 y que fue tan costosa, que le costó su reverendísimo puesto al presidente del ICAIC.

En su primera caída, Alfredo Guevara fue designado como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario ante la UNESCO, y hasta allí fue con su séquito, no se sabe si para beneficiarle o joderle la vida a quién. Siguiendo las instrucciones de su Comandante en Jefe, Guevara permaneció en París hasta 1991, cuando le encomiendan volver al ICAIC y arreglar el desaguisado del filme Alicia en el pueblo de Maravillas, que provocó la destitución de Julio García Espinosa al frente del Instituto (y que por poco causa su cierre o su fusión con las fuerzas armadas o el instituto de televisión). 

En una de sus más simpáticas entrevistas, a Castro le dio por hablar de cine. Dijo que le fascinaban las películas de Chaplin y de Cantinflas, y se paró ahí. Esas eran las películas favoritas del Comandante en Jefe, las que no hacían pensar mucho. No mencionó ninguna película cubana, para dolor del presidente del ICAIC.

El 24 de febrero de 1998, Castro hacía públicas sus desavenencias con el presidente del instituto de cine, antes de hablar horrores de la película Guantanamera, que para colmo no había visto: "No padezco del masoquismo de ver algunas de las cosas que con recursos de la Revolución y del pueblo se han creado y que no son un estímulo a la lucha, a la resistencia y al reconocimiento del mérito de tantos héroes anónimos como tiene este país". 
Alfredo Guevara tuvo que aguantar con estoicismo la humillación que Castro le había infligido en una de las sesiones de la Asamblea Nacional, en un discurso que fue transmitido en vivo y en directo para todo el país. Desde entonces, su salida del ICAIC había sido prevista, pero no estaba dispuesto a que aquello fuera interpretado como una destitución. En lo que parece ser su última súplica al dictador, Guevara le había pedido el puesto de presidente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que empezó a ocupar desde 1999.

Refugiado en esa comodidad, el viejo apparátchik empezó a recopilar y a publicar unos voluminosos libros de títulos impronunciables y cursis. Cuando se le creía sin poder, hace dos años, destituyó a todo el personal de la Oficina del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, que lo acompañó en la organización del evento durante casi dos décadas.

Dio órdenes de no proyectar tal película o de no aceptar tal otra a competencia. Por problemas de comunicación, se despertó el sempiterno fantasma de la censura. Con mayor o menor razón, los realizadores afectados fueron ganando quorum hasta que el viejo apparátchik hizo su aparición en escena: "A mí hay que sacarme de aquí a cañonazos", dijo. Pero este 19 de abril, su corazón dejó de funcionar.

Reacciones
Germán Puig, cofundador del Cine-Club de La Habana y de la primera Cinemateca de Cuba, dijo sobre Guevara: "Vivió creyendo que el fin justificaba los medios. Todo lo que se apartara de eso, le estorbaba. Al igual que Fidel Castro, creía que lo que hacía estaba bien hecho, aunque se equivocara. Se ha roto un cordón umbilical, porque Alfredo Guevara decía que yo era enemigo suyo. Él veía en mí a su alter-ego. Creía que tenía la misión de crear una industria cinematográfica, y la realidad prueba que en eso tenía razón". 

Fausto Canel, quien trabajó en el ICAIC hasta exiliarse en 1969, recuerda: "Fue un dirigente brillante que quiso hacer la cuadratura del círculo: quiso promover un cine de calidad y hasta crítico en un contexto marxista-leninista en el que creía. Pudo hacer lo que hizo en momentos en que el régimen cubano estaba en formación, pero en cuanto se convirtió en un régimen leninista, él tuvo que entrar por el aro. Cometió errores inmensos por razones de temperamento, metió la pata con la censura de PM. Ese fue un grave error que le cayó en sus espaldas y que Fidel Castro nunca le perdonó". 

 "Se cuenta que Alfredo Guevara le ganó la presidencia de la FEU a Fidel Castro y entonces este se preguntó cómo era posible que ese hombre con frenillo y que no sabía hablar en público, podía ganarle. Y le ganó porque tenía el apoyo de la juventud comunista, que entonces tenía un entramado muy sólido. A partir de entonces, Fidel Castro se acercó a Guevara y le pidió que por favor le diera una mano con la educación de Raúl Castro, y es cuando consigue que inviten a Raúl a un congreso de las juventudes, organizado por la Internacional Comunista en Praga. Así fue cómo Alfredo se llevó a Raúl y lo empezó a meter en el mundo comunista. Luego fueron invitados a Moscú, regresaron en barco y se hicieron muy amigos".

"Por esa época, Fidel Castro era un lector voraz de Benito Mussolini y de Primo de Rivera. El consejo de Alfredo fue: 'léete a Marx y a Lenin que son los que tienen las cosas claras'..." 

"Le parecía completamente estúpido perseguir a los homosexuales y sobre todo mandarlos para campos de concentración. Él era más inteligente que los imbéciles. Le gustaba estar rodeado por hombres bonitos. Él nunca se hubiera tirado contra el poder e hizo lo que pudo".

Orlando Jiménez Leal, co-director de PM y del documental Conducta impropia, dice: "Alfredo Guevara quería ser poeta. Un día en una larga caminata en Madrid, mi amigo Roberto Fandiño me dijo: 'Yo he sido el confesor de Alfredo Guevara'. Le pregunté que si era Père Lachaise y me dijo aun más, que él era el corrector de sus poemas".

"Cuando llegamos a su casa, para probarme lo que decía, Fandiño sacó unos extraños manuscritos. Eran los poemas de Alfredo. Yo leí aquello con extrañeza y con pasión. Recuerdo que eran unos hermosos ripios, una mezcla de Luis Cernuda y Miguel Hernández en proporciones que no recuerdo. Había una extraña reiteración de las caracolas y el mar. ¿Qué extraño poder tenía este hombre? ¿Cómo pudo ganar tantas batallas prácticamente en solitario? ¿Qué intrigas palaciegas controlaba?"

"Lo cierto es que tenía un extraño ascendente sobre Fidel Castro que nadie hasta ahora podía entender. Fue un apparátchik aplicado, rebelde y sinuoso. Paseaba su saco sobre sus hombros como una especie de desafío a ese mundo machista que lo rodeaba. Tuvo la virtud de crear una industria de cine en Cuba. En realidad creó el aparato de propaganda más poderoso que tenía la revolución. Con él infectó con boberías ideológicas a medio mundo. Que descanse en paz".

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