Camagüey es una ciudad hermosa y laberíntica que me gusta mucho, cada vez que ando sus calles, estas me perturban, mi brújula se vuelve loca, pierdo la orientación. Nunca encuentro de primera mano los lugares a donde voy. Fuera una ciudad perfecta si tuviera mar.
Estuve impartiendo un taller de realización non budget a estudiantes de los medios audiovisuales de la filial camagüeyana del ISA. Fue una semana intensa, día y noche donde se trabajó desde la idea al resultado final, un corto de unos cinco minutos inspirado en un pequeño guión escrito para esos menesteres por Arturo Infante. Mientras los estudiantes preparaban sus particulares visiones de la historia, hicimos un recorrido por todo el proceso de producción de un audiovisual en condiciones de guerrilla, casi miserables, desde la escritura hasta su proyección al público.
Espero haber encendido la chispa de la creación en ese grupo de estudiantes a quienes encontré al principio del taller vencidos por la culpa y la auto compasión, llenos de justificaciones y con ese pensamiento demodé del fatalismo provinciano lejos de la capital. Al final quedó demostrado que sí se puede hacer audiovisual en cualquier lugar por muy lejos y empobrecido que esté, solo hay que tener una historia que contar y cualquier medio a tu alcance, desde una handycam hasta un teléfono celular y por supuesto dos cojones! Camagüey fue algo muy lindo, una semana intensa donde compartí con amigos viejos e hice nuevos, donde fuí parte de una hermosa historia que comenzó esa noche de miércoles con una conversación cinéfilo filosófica en el bar al frente del antiguo cine Casablanca reflejada en su blog por Juan Antonio con el cinematográfico título de TÓCALA DE NUEVO MOLINA.
El regreso en la Yutong fue agobiante, por cuanto orificio había en el ómnibus, el asedio a mis oídos por los ataques desmedidos de la discografía completa de Marcos Antonio Solís y Rudy la Escala era casi imposible de repeler, ni cerrando los ojos y soñando con Boston o Dire Straits, Peter Frampton o The Cure había salvación. Cuando creí que todo estaba perdido me aferré cual beduino al oasis que cada vez está más lejano,al espejismo de Ingrid, la chica de veinte años de ojos verdes y mirada penetrante, la del paracaídas y conocimientos filosóficos que vino a salvarme esos tres días y medio que quedaban de los seis que duró el taller, y del calor sofocante que me pegaba la ropa al cuerpo. Desperté cuando me sacudió por el hombro izquierdo mi compañera de asiento. Un hilillo de baba se derramaba de mi boca hasta el pecho haciendo una especie de lago en mi camisa. No era Marruecos. Estaba en la Habana, capital de todos los cubanos.
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